En aquel pueblo de mi infancia no había biblioteca. Siempre me he quejado de que no había bibliotecas, no había libros. Yo era un lector ávido ya, porque sí, por naturaleza, no sé porqué. Leí todos los libros que había en la escuela, que había tres o cuatro y recuerdo que lo que leía de niño era el ABC. Al lado de mi casa vivía el barbero del pueblo que estaba subscrito al ABC, y después de leer en la barbería los abecés que era el periódico de entonces, con el suplemento literario, los llevaba a casa y yo le pedía a mi madre que fuera a pedírselos a la vecina. Todavía recuerdo haber leído alguna reseña de un libro de Gerardo Diego y de la gente de entonces. Esa especie de avidez lectora que no había dónde satisfacerla. Luego, cuando mi familia viene a trabajar a Ensidesa, una de mis alegrías es encontrar la biblioteca que todavía existe: Bances Candamo, en la que había, en parte, todos los libros posibles.
Extraído de la intervención pública de J.L. García Martín en el Antiguo Instituto Jovellanos el jueves 12 de febrero del 2009.
1 comentario:
Es asombroso cómo tomar las cosas simples por sentado. Nunca he pensado acerca de lo que sería como no tener una biblioteca.
Publicar un comentario